miércoles, noviembre 12 2025

Juan Camilo, un joven domiciliario en Neiva, fue baleado por negarse a entregar su moto y su celular. Sobrevivió a cinco cirugías y hoy, seis meses después, aún lucha por volver a vivir.

El 6 de enero de 2025, mientras muchos celebraban el Día de Reyes, Juan Camilo, un joven domiciliario de 24 años, libraba la batalla más difícil de su vida. No fue en un quirófano, aunque allí terminaría. Fue en una calle de Neiva, donde solo intentaba entregar un pedido y terminó con una bala atravesando su cuerpo por la espalda. Todo por negarse a entregar lo único que tenía: su moto, su celular y su dignidad.

Esa tarde, como tantas otras, salió a trabajar con su moral intacta y la convicción de quien sabe que todo esfuerzo vale la pena. Su jornada comenzó con una ruta habitual: un pedido de comida china del restaurante Chino Pikin. La dirección: Calle 84 con 3, sin indicación de barrio. Un detalle menor que, en retrospectiva, se volvió presagio.

“Llegué a eso de la 1:28 de la tarde. Le pregunté a una señora si el pedido era para ella y me dijo que no. Entonces, un joven salió y dijo que era para él. Le entregué el paquete y él se lo pasó a una muchacha que salió corriendo por un barranco”, relata Juan Camilo, con una precisión que solo los sobrevivientes conservan.

Fue cuestión de segundos. Cuando volvió a mirar al joven, ya tenía un arma apuntándole al pecho. Le exigió todo: billetera, gafas, documentos. Pero Juan Camilo se negó a entregar las llaves de la moto y el celular. “Eso era mi herramienta de trabajo y estudio. Yo era estudiante del SENA. Perder eso era quedarme sin nada”, recuerda.

Lo que vino después fue una cadena de errores ajenos y decisiones propias marcadas por la adrenalina. Pidió ayuda. Gritó. Una señora entró a su casa para llamar a la policía, pero el resto de la gente solo observó. Luego apareció otro joven. Por un instante, Juan creyó que era su salvación. Pero no. También era parte del atraco.

«Me dijo que confiara, que me fuera. Intenté subirme a la moto. En ese momento, me sacaron el celular y las llaves del bolsillo. Reaccioné. Le agarré el buzo al ladrón y recuperé las llaves, pero no el celular. Entonces el que tenía el arma me disparó por la espalda.»

Cayó. Sin saber si viviría. Sin entender por qué. Sangraba. Temblaba. El dolor no fue inmediato, pero el miedo sí. Lo llevaron al centro médico del barrio El Cortijo, y de allí fue trasladado a otra clínica con mayor capacidad. Las horas siguientes serían determinantes.

“Pasé por cinco cirugías. La bala me destrozó el pulmón izquierdo, el bazo, el páncreas, el estómago y el intestino. Estuve en cuidados intensivos, con sondas, drenajes, tubos torácicos. Un mes sin caminar. Cada segundo era una lucha por seguir vivo.”

Sobrevivió. Contra todo pronóstico. Cuatro meses después logró salir de la clínica. Hoy, seis meses después del atentado, sigue en recuperación. Tiene dos drenajes en su abdomen y una dieta estricta que le impide consumir azúcar o grasas. Todo eso por no entregar un celular y unas llaves. Todo eso por defender lo poco que tenía.

Pero si algo deja claro Juan Camilo es que no se rinde. Agradece a Dios, a los médicos, a las enfermeras y, sobre todo, a su madre, quien no se apartó ni un solo día de su lado. “No elegí lo que me pasó, pero sí elegí no rendirme”, dice, con la voz quebrada pero firme.

Hoy, su testimonio es más que una denuncia. Es un llamado a la conciencia. A la empatía. A entender que detrás de cada domiciliario hay un ser humano, una historia, un sueño. Juan Camilo no busca lástima. Busca que nadie más tenga que enfrentar lo que él vivió, solo por intentar ganarse la vida.

En Neiva, como en muchas ciudades de Colombia, los trabajadores informales enfrentan una violencia silenciosa, estructural, que se materializa en la indiferencia. Porque los delincuentes tienen armas, pero el resto del país pareciera haber perdido algo más grave: la capacidad de indignarse.

Juan Camilo no volvió a ser el mismo. Su cuerpo cambió. Su rutina también. Pero su determinación sigue intacta. Hoy, desde la recuperación, recuerda cada detalle con claridad quirúrgica. Porque a veces, el recuerdo también duele. Y sin embargo, sigue luchando. Porque quiere volver a estudiar, volver a trabajar. Porque aunque casi lo matan por defender lo poco que tenía, nunca pudieron quitarle su fe en la vida.

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