Por: Nicolás Goyeneche-Valderrama
Hace poco más de un mes mi generación despertó en el país que nos contaron, en la Colombia que creíamos vivía únicamente en la memoria de nuestros padres y las historias de nuestros abuelos. Un sicario de tan solo catorce años, y aun así experto gatillero, disparó contra el precandidato presidencial Miguel Uribe en un barrio tranquilo al occidente de Bogotá. Milagrosamente las balas no lograron el cometido de acabar con su vida, pero lograron poner a nuestra democracia en jaque y tienen a todo el país en la más honda incertidumbre. Enfrentamos un mal que no vacila, uno al que ya conocemos y que ha sido, durante décadas, el responsable de nuestra tragedia. Un adversario al que antes podíamos llamar por nombre y apellido, pero que hoy tiene mil rostros: el narcotráfico.
Hoy Miguel Uribe sigue dando la batalla por su recuperación, pero sus verdaderos enemigos siguen allá afuera, conspirando, moviéndose en las sombras al amparo de un Gobierno que no hace nada por combatirlos. Por el contrario, Gustavo Petro los deja andar a sus anchas y los presenta en sus tarimas como si fueran un ejemplo para la sociedad, en lugar de sus victimarios. En medio de este oscuro panorama, la oposición ha optado por guardar un silencio respetuoso: una pausa apenas necesaria y un gesto de solidaridad con el precandidato y su familia, pero que no puede prolongarse indefinidamente.
Sé que hoy muchos siguen a la espera de un milagro. Quieren que Miguel despierte y sea el candidato a la presidencia, de hecho, según la última encuesta de Guarumo sería el gran favorito si las elecciones fueran mañana. No obstante, la fe, por muy grande e importante que sea, no puede llevarnos a equívocos, en el mejor de los casos Uribe Turbay va a despertar, ojalá muy pronto como esperamos todos, pero es probable que la campaña presidencial no sea su prioridad, ni la de su familia. Sí, debemos pensar en el país y su futuro, pero también en Miguel, en su esposa María Claudia y en sus hijos. Se trata de darles la oportunidad de poner primero su recuperación, que no sabemos a ciencia cierta cuánto puede durar. Reclamar lo contrario, que salgan de esta tragedia a enfrentar la campaña más difícil de nuestra historia es pedirles demasiado, y revela, en el fondo, nuestro egoísmo, nuestra falta de empatía, nuestra incapacidad de ver el ser humano detrás del político y a la familia detrás de los reflectores.
Las ideas que Miguel defendía en la plaza pública y en foros a lo largo y ancho de Colombia no eran solo suyas. Son las que salvaron al país de ser un estado fallido en el 2002. Son las que el Centro Democrático ha defendido desde el año 2014. No solo son las tesis en las que coinciden los demás precandidatos y, dicho sea de paso, fundadores de ese partido: María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Paola Holguín y Andrés Guerra; son las propuestas de país en las que creemos millones de colombianos.
Es hora de poner los pies en la tierra. Seguir confiando en Dios, pues sabemos que todo depende de Él, pero no quedándonos quietos, ni solo con palabras y símbolos de solidaridad. Es momento de volver a la acción, de entender que la misión de salvar a Colombia no es solo de un candidato. Derrotar a los responsables del atentado depende de nosotros, devolverle al país la seguridad es tarea de todos los que defendemos la libertad y las instituciones. Este es el momento de definir qué rumbo debemos seguir de cara al 2026. Es el mejor homenaje que le podemos hacer a Miguel Uribe Turbay.