Polémica por libertad de alias Pichi como gestor de paz: ¿Apuesta por la reconciliación o premio a la criminalidad?
La reciente liberación de Óscar Camargo, alias Pichi, tras su nombramiento como gestor de paz por el gobierno de Gustavo Petro, ha desatado una tormenta de críticas en Bucaramanga y a nivel nacional.
La designación de un individuo con un oscuro historial delictivo, vinculado a múltiples homicidios y al tráfico de drogas, ha generado un fuerte rechazo entre autoridades locales, ciudadanos y representantes políticos.
Pichi, quien lideró la banda criminal Los San Rafa, fue liberado hace tres meses luego de cumplir parte de su condena en una prisión de Valledupar. Su nombramiento como gestor de paz se enmarca en una estrategia del gobierno nacional que busca facilitar la desarticulación de grupos criminales mediante el diálogo y la reincorporación de sus líderes. Sin embargo, para muchos, esta medida es vista como un peligroso precedente que pone en duda los criterios de justicia restaurativa promovidos por la administración actual.
Un historial criminal que no se olvida
Óscar Camargo no es un criminal común. Durante las últimas dos décadas, su nombre se ha vinculado a graves crímenes en Bucaramanga, desde el asesinato de rivales en el marco del control del microtráfico, hasta un atentado fallido contra el general Manuel Vázquez, excomandante de la policía metropolitana. Su ascenso en el mundo delictivo comenzó como expendedor de drogas en la ciudad, pero pronto escaló a la fundación de la banda Los San Rafa, que mantuvo una feroz disputa con el grupo criminal Los del Sur, liderado por alias Poporro. Estas confrontaciones han dejado una estela de sangre en Bucaramanga, ciudad que hoy experimenta un preocupante aumento de homicidios, atribuibles en gran parte a estas bandas.
La liberación de Pichi ha sido recibida con indignación por el alcalde de Bucaramanga, Jaime Andrés Beltrán, quien señaló que las bandas criminales involucradas en el microtráfico, como Los San Rafa, están más fortalecidas que nunca. La presencia de estos grupos en la capital de Santander ha incrementado la inseguridad, afectando directamente la calidad de vida de los ciudadanos.
La figura del gestor de paz: ¿Justificación suficiente?
La designación de Pichi como gestor de paz tiene su origen en la Ley 418 de 1997, que contempla la posibilidad de liberar a personas encarceladas para facilitar acuerdos de paz con grupos armados ilegales. Según el abogado William Cristancho, defensor de derechos humanos y representante de Pichi, este fue liberado con el objetivo de promover la desarticulación de bandas criminales y colaborar en su sometimiento a la justicia. Como parte de sus restricciones, tiene prohibido regresar a Santander, lugar donde cometió sus delitos.
Sin embargo, la Oficina del Alto Comisionado para la Paz ha aclarado que la figura del gestor de paz no exonera a estos individuos de sus responsabilidades judiciales. Si bien Pichi ha sido liberado, los procesos judiciales en su contra siguen vigentes, y deberá responder ante las autoridades si así se requiere.
Esta estrategia, diseñada para facilitar la transición de criminales hacia una vida legal y contribuir a la paz en los territorios más afectados por la violencia, ha sido duramente cuestionada en este caso. La ciudadanía se pregunta si verdaderamente figuras como Pichi pueden ser agentes de cambio, o si esta designación representa más bien un premio para aquellos que han causado un profundo daño social.
Reacciones políticas y sociales
La controversia no se ha limitado a Bucaramanga. A nivel nacional, varios líderes políticos han expresado su desacuerdo con la liberación de Pichi. Entre ellos, el representante a la Cámara Juan Manuel Cortés, quien condenó enérgicamente la decisión en su cuenta de X (anteriormente Twitter):
«Esta decisión es una bofetada para los colombianos que luchan día a día por vivir en un país más justo y seguro. Designaciones como estas no tienen sentido ni justifican el dolor que muchos han sufrido. ‘Pichi’ ha sido responsable de crímenes atroces: distribución de drogas a menores, asesinato, secuestro y muchos otros actos que han dejado cicatrices en nuestra sociedad.»
Cortés cuestionó la política de justicia restaurativa del gobierno de Petro, argumentando que este tipo de decisiones socavan la confianza de la ciudadanía en las instituciones y premian a quienes han traicionado al país. En la misma línea, otros sectores políticos han señalado que la figura del gestor de paz, si bien es válida en un contexto de desmovilización de grupos armados, no debería aplicarse a criminales comunes con largas trayectorias de violencia.
¿Paz o impunidad?
La designación de alias Pichi como gestor de paz pone sobre la mesa un debate crucial en Colombia: ¿Hasta qué punto es posible lograr la paz involucrando a criminales con historiales tan graves? Mientras el gobierno de Gustavo Petro defiende la necesidad de abrir espacios para el diálogo con líderes de bandas criminales, muchos sectores insisten en que esto envía un mensaje equivocado a la sociedad, premiando a quienes han actuado fuera de la ley durante años.
En última instancia, la situación de Pichi y su participación en los diálogos de paz será evaluada no solo por el gobierno, sino también por una opinión pública cada vez más escéptica frente a la eficacia de estas estrategias. La paz es el objetivo final, pero el camino para alcanzarla sigue siendo motivo de intenso debate.