Por: Análisis Ciudadano
Por años, el Centro Democrático ha representado la esperanza de millones de colombianos que defienden los valores fundamentales del Estado con Seguridad, cohesión social y confianza inversionista. Sin embargo, hoy el país contempla con desconcierto cómo el partido opositor más importante frente al gobierno de Gustavo Petro se ha sumido en una confusión autodestructiva que amenaza con hacerlo irrelevante.
Colombia no le perdona al Centro Democrático el largo, desgastante en el proceso para escoger candidato presidencial para 2026. Ha pasado más de un año desde que se inició la búsqueda, y en ese tiempo el país ha enfrentado duros golpes, incluyendo el asesinato de Miguel Uribe Turbay a manos del terrorismo, un hecho que puso a prueba la coherencia, el liderazgo y la estructura del partido. Y la respuesta ha sido desalentadora.
Todo parece indicar que el único precandidato que contaba con el respaldo genuino del expresidente Álvaro Uribe Vélez era precisamente Miguel Uribe Turbay, cuya vida fue segada en medio de una creciente ola de violencia alimentada por la permisividad del actual gobierno y los discursos de odio de Peto. Su pérdida, trágica y dolorosa, dejó un vacío difícil de llenar.
Sin embargo, hay algo aún más preocupante, la desconexión entre la base del partido y sus élites. Tres mujeres valientes Paloma Valencia, María Fernanda Cabal y Paola Holguín, representan lo más sólido y coherente del uribismo, la defensa sin titubeos de la seguridad, la justicia, la soberanía nacional y los valores tradicionales. Pero, lejos de reconocer su liderazgo, son sistemáticamente desestimadas por los más cercanos al expresidente Uribe.
La historia parece destinada a repetirse. En lugar de fortalecer una candidatura clara, con identidad conservadora, hay intentos visibles de imponer nombres ajenos a la doctrina del partido, como Juan Carlos Pinzón, un reciclaje santista que recuerda al fallido experimento con Iván Duque. Imponerlo sería traicionar la base, la historia y los principios del Centro Democrático.
Si el partido insiste en una candidatura como la de Miguel Uribe Londoño, desconectada de las realidades sociales, sin liderazgo político ni estructura, solo para mantener una fachada de unidad, el resultado será desastroso. Si además, frente a un escenario débil, Uribe decide nombrar “a dedo” a Pinzón, un hombre que nunca ha defendido los valores esenciales del Centro Democrático, ese partido quedará deslegitimado.
Frente a este panorama, la única figura que ha demostrado coherencia, firmeza y valentía es María Fernanda Cabal. Es ella quien, con su claridad ideológica, ha defendido sin ambigüedades a los ciudadanos, a las víctimas de la inseguridad, a los empresarios, al campo, y a la institucionalidad. Marginalizarla sería el error definitivo.
La historia no da segundas oportunidades. Si el Centro Democrático se equivoca en 2026, no tendrá una tercera. Y si se equivoca otra vez, desaparecerá. Porque un partido que no representa sus principios, que teme a sus líderes auténticos y que renuncia a su identidad para buscar “moderación” a cualquier precio, se diluye. Colombia necesita una oposición firme, valiente y clara. No otra marioneta del consenso progresista.
















